lunes, 23 de enero de 2012

Rusia, los rascacielos de Stalin. Siete hermanas moscovitas

Entre 1947 y 1953 se construyeron en Moscú siete rascacielos –los más altos de Europa durante décadas–, planeados por Stalin para enfrentar la Guerra Fría en el mismo terreno en que sobresalía el enemigo, cuyo modelo de ciudad era Nueva York. Con una mezcla de estilos gótico medieval, barroco y modernista ruso, estos edificios conocidos como Las Siete Hermanas dominan las alturas de la ciudad.

Al caminar por las calles de Moscú uno tiene la sensación de estar recorriendo la que aún hoy sería, a simple vista, la capital de la Unión Soviética. Porque la etapa comunista dejó una impronta muy fuerte en la ciudad, que no parece haber cambiado mucho en las últimas dos décadas. Para saber a ciencia cierta cuánto cambió, habría que haberla recorrido a fines de los años ’80 del siglo XX, pero llama la atención la ausencia del equivalente a una city bancaria y corporativa como la que tiene toda gran ciudad del mundo, incluso Beijing, Shanghai y Hanoi. Hay por supuesto algunos rascacielos vidriados aquí y allá, solitarios como islas de occidentalidad capitalista, pero son los menos. Al mismo tiempo se imponen fastuosos ministerios de los años cincuenta y sesenta, y por todos lados perduran miles de hoces y martillos, estrellas rojas de cinco puntas coronando edificios, bustos de Marx y Engels, mosaicos y estatuas de obreros y campesinos, y de Lenin de cuanto material fuese factible esculpir, sin olvidarnos del mismísimo Lenin en cuerpo y sin alma exhibido en un sarcófago de cristal en la Plaza Roja.

En esencia la ciudad tiene el sello que le quiso dar Stalin personalmente, luego de los daños por la Batalla de Moscú contra los alemanes. Y fue precisamente el urbanismo uno de los campos en los que Stalin decidió dar la lucha en la Guerra Fría. Entre el Este y el Oeste, las ciudades competían en grandiosidad y las dos puntas de lanza fueron Nueva York y Moscú.

El comunismo triunfante de la Segunda Guerra Mundial debía mostrarle al mundo a través de su capital lo que era capaz de lograr el poderío del primer estado obrero de la historia. Y para ello Stalin decidió renovar la ciudad desde su subsuelo mismo hasta la altura de las nubes. Bajo tierra hizo construir un metro que debía diferenciarse de los que ostentaban ciudades como Londres y París: el de Moscú tendría los lujos y la sofisticación de los palacios imperiales, pero orientados al disfrute del pueblo. La iniciativa fue un éxito –hasta hoy no existe metro en el mundo que rivalice con éste en tamaño, belleza y funcionalidad– y para la superficie ideó el plan de erigir ocho monumentales rascacielos que conmemorarían los ocho siglos de vida de la ciudad.

El objetivo de estos planes era competir con el capitalismo en los terrenos en los que sobresalía, y por supuesto se pretendía ganarles en tamaño, imponencia y originalidad. Stalin lo planteó claramente en un discurso: “Ganamos la guerra y ahora los extranjeros vendrán a Moscú, caminarán por ella y no verán rascacielos. Si comparan a nuestra ciudad con las capitalistas será un golpe moral para nosotros”.

Fuente: Página 12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/turismo/9-2246-2012-01-22.html

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